Día 22, Villa Pehuenia

Inicio Las Lajas, 5:00hs
Fin Villa Pehuenia, 21:00hs
Distancia 110Km (12Km en patrullero)
Alojamiento Camping “Lagrimitas”. Regular. No hay lugar para sentarse más que el piso sin pasto y sucio, la iluminación es pobre. Caro para lo que ofrece ($100).

Amaneciendo

Salí por la noche del camping en Las Lajas, decidido a evitar el sol, recordando esa regla que aprendí durante el viaje: sol entonces viento. Más aún sabiendo que pasaría por un lugar llamado “La cuesta del viento”, y peor aún habiendo confirmado que las cuestas cuestan.

A pesar de haber avisado en la administración que pretendía retirarme a las 5AM, cuando quise salir estaba la salida del camping cerrada con candado, no había sereno ni nadie de la administración cerca a quien molestar. Dí varias vueltas buscando una salida, llegando a considerar vadear el río que hacía de límite contra la nada, hasta que encontré debajo del alambrado uno de esos agujeros por donde entran los perros. Entonces pasé la bici por abajo y, cuando entró el manubrio, recordé “si el bigote entra, pasa el resto del gato”, con lo que empujé con ganas y me tiré yo detrás. Salí con sensación de victoria por una calle oscura. El siguiente paso era saber hacia dónde dirigirme.

Cuando había pedaleado casi un kilómetro hacia el lado que recordaba haber visto en el mapa, reconocí un puente. Resultó ser que estaba volviendo a Chos Malal. Enseguida regresé a la ciudad, con pocas esperanzas de encontrar alguien a esas horas. Pero, mientras paseaba oyendo las disonantes melodías caninas ensañadas con la bici, sentí olor a facturas. “Algún día me serviría mi olfato panaderil” pensé. Así es que, siguiendo el aroma, llegué a una panificadora donde estaban trabajando.

El panadero me dió unas instrucciones, las seguí y llegué al mismo lugar.

Otra vez regresé a la ciudad, ladraron los mismos perros y aullaban los que estaban lejos y no entendían. Esta vez me encontré con los basureros, que me dieron las indicaciones correctas: “seguinos un par de cuadras y de ahí salís a la ruta”.

Ya en la ruta, sin perros, sin preocupaciones por no encontrarla, caí en la cuenta de que pedalear de noche es realmente más difícil: hay poca visibilidad, hace falta más precaución y algunos carteles no se ven a menos que uno se acerque (en algunos casos fue necesario que saliera de la ruta y me detenga para leerlos).

Ver las estrellas, que cubrían el cielo con un manto titilante, ser barridas poco a poco por el sol que se levantaba en el horizonte fue una linda experiencia. El paisaje entero va cambiando de formas y colores; de repente aparece una montaña allí donde sólo había sombras, una bruma se dispersa y da lugar a una cumbre, los grillos ceden su puesto de musicalizadores a las aves, el cuerpo pasa de un estado de alerta al de una vital energía para afrontar la jornada, los monstruos abominables que observaban vigilantes escondidos detrás de los arbustos desaparecen,…

Viento

Sabía del tramo hasta Pino Hachado que sería todo subida, tras unos 20Km de llano. Y suponía (por los mapas) que tendría 41Km. Lo que nadie mencionó es el constante viento que sopla en todo el trayecto, y lo que los mapas no advertían es desde dónde contaban los 41Km.

Resultó ser que mi intento de llegar a Pino Hachado para las 7:00hs, antes de que el viento aparezca (oh, que ingenuo fui) para poder recorrer todas las subidas con facilidad fueron vanos. Desde temprano ya había viento. Y no era una brisa, era un ventarrón bastante fuerte que, a medida que avanzaba, iba en aumento. Encima siempre estaba en contra, a pesar de las curvas. Tan fuerte era, que tenía que usar los cambios más livianos y esforzarme hasta en las pendientes en bajada.

Llegado cierto punto, ya no podía subir pedaleando. Tenía que bajar de la bici y empujarla. Y, llegada la “cuesta del viento”, me costaba también caminar. Empujaba 3 o 4 metros y me detenía, repitiendo una y otra vez. Era tal el viento, que me empujaba a mi, de pie, hacia atrás. ¡Incluso movía la bici de costado! Tenía que sostenerla con fuerza, hacia abajo, para que no se me vuele. Nunca vi nada igual.

El viento no pudo opacar la apreciación del paisaje desde Las Lajas hacia Pino Hachado: poco a poco va apareciendo vegetación verde y pasturas que reemplazan a los espinos que crecen en lo árido. En valles profundos, los animales pastan junto a un arroyo, tan lejanos que parecen puntitos a la vista. Una inmensa roca erosionada corona el inicio de la cuesta del viento, y proteje a un rancho en esa inmensa estancia.

A sólo 10Km/h de promedio, a las 11:30hs, llegué a un pequeño complejo de cabañas ubicado a 300m del desvío hacia Villa Pehuenia. Era el primer refugio que veía en horas de haber estado expuesto al viento, que me aturdía y empujaba a todas partes, no me dejaba escuchar ni mis pensamientos.

Allí me compré un pan casero y calenté agua pa´los mates. Me quedé hasta las 15:00hs, charlando con Mauro. Me contó del piñón: que la época es hacia fines de febrero y marzo ( :( ), que son provistos por las araucarias hembra, que cada una puede tener hasta 1Kg de semillas, que es muy preciado, que vale $40/Kg, que es difícil de almacenar de un año al otro (se lo entierra en bolsas de arpillera, pero es una práctica más común en las aldeas más pequeñas), que en ese lugar hay enormes cantidades,… También me comentó que pesca muchísimo en el hilito de agua que corre junto al refugio abandonado de Gendarmería, con lombriz o langosta; y de una laguna que se encuentra escondida arriba de las montañas, a 30min de cabalgata. Espero volver algún día para ver todo eso.

Hacia Pehuenia

A las 15hs, sin muchas ganas de salir al viento, sólo motivado porque restaban 45Km de camino en “excelente ripio, mejor que el asfalto” y en bajada, donde “las bardas me protegerían del viento”, partí hacia Villa Pehuenia.

El ripio era muy malo, lleno de sierritas y piedras grandes, las bajadas sólo aparecían tras subidas, excepto en dos tramos de 5Km cada uno, que fueron casi todo bajada (uno de ellos lo hice a pie porque era intransitable para la bici), y el viento siempre seguía en contra.

Todo el camino estuve tratando de comprender cómo es que estos vientos siempre se oponen al avance. ¿Acaso será que soplan siguiendo la ladera de la montaña, tal como la ruta?

El paisaje era hermoso. Largo nomás el camino, pero no lo sufría. En cada tramo me detenía a contemplar el río, las araucarias creciendo por todas partes, hasta encima de una inmensa mole de roca, manantiales, cascadas, los chivos, cabras, vacas, caballos y ovejas que pastaban, charlé con un arriero cuya casa quedaba cerca (3 días de caminata entre los cerros), todo ello combinándose siempre en nuevas formas. Además el tiempo estaba fresco, lo que hacía el lugar poco menos que perfecto.

Así fue como llegaron las 20:00hs, acumulando 9,5hs en movimiento y ni lo noté. Sólo me detuve porque hubo un siniestro horrible en la ruta: un coche había rodado 60m cuesta abajo por la barranca hacia el río. Lo conducía un hombre que llevaba a sui madre y tres niños.

Bajé corriendo la barranca y ayudé en todo lo que estuvo a mi alcance (dos nuevos usos para la kefia: mojar heridas con agua fría y atar heridos). Luego subí y bajé otras dos veces, casi arrastrándome del cansancio.

Era una barranca muy empinada, de tierra suelta, piedras y espinas. Difícil tanto de bajar como de subir. Agotadora.

Me tuve que quedar allí hasta las 21hs porque la policía usó mi bicicleta como “punto de referencia” (increíble, pero real: cuando quise marcharme me dijeron que mi bici era eso). Por lo que, a cambio de tanto cansancio, siendo que ya había refrescado mucho y oscurecía, con lo que me sería difícil encontrar un lugar en que pasar la noche, por lo escarpado del camino a ambos lados, y sin ganas de pedalear sin luz en un camino tan malo, les pedí que me lleven al pueblo (faltaban 12Km aún).

Así es que llegué al camping, ya por la noche, cansado y con frío, armé la carpa a oscuras porque justo no andaba la luz y me dormí pensando en la increíble cantidad de araucarias (pehuenias) que había visto.

mmazzei -