El cascarudo

La vida de los cascarudos es muy breve comparada con la nuestra. Aún así no deja de ser tan interesante como la de muchos de nuestros congéneres.

Como creo que hay gente que desconoce de qué se trata ser un pequeño insecto, trataré de relatarla según la entiendo, de modo que la próxima vez que el lector vea uno, considere dos veces antes de aplastarlo.

Todo se inicia con un huevo depositado en un pocito debajo de una pila de mierda de vaca.

Pasado un tiempo que ignoro, pero bien podrían ser dos semanas, el pequeño huevecito eclosiona y da lugar a una larvita que se abre su camino, no sin esfuerzo, entre la tierra, hacia arriba para encontrar su lugar en el mundo.

Como bien se habrá percatado el lector, hacia arriba del pocito está la mierda de vaca. Tibia y nutritiva, le da hogar y comida. La larva, generosa y feliz por la suerte de haber recibido semejante ofrenda de parte de la naturaleza, va madurando poco a poco.

Un día, casi sin darse cuenta, metamorfosea y se convierte en un cascarudo hecho y derecho. Un cascarudo negro brillante, de duros elitros, piernas fuertes y tenaz. Entonces se cuestiona la vida que ha llevado hasta ese momento. Muchas cosas dejan de tener sentido y otras lo adquieren ahora. No tiene por qué vivir entre la mierda, malditos sus padres, maldita esa sociedad que se revuelca entre los excrementos sin plantearse siquiera si existe otra posibilidad.

Entonces sale volando en dirección a la ciudad, atraído por las brillantes luces. Está decidido a lograr lo que sus antecesores no pudieron, a cambiar, a ser diferente, a enfrentarse a su naturaleza de bicho inmundo. Está en la flor de la vida, sus energías son ilimitadas, todo es cuestionable y él quiere hacer las cosas “a su manera”.

Llega deslumbrado hasta un foco en la calle, pero ve decenas más de otros cascarudos volando en círculos alrededor, como perdidos. Cree que son sólo unos pobres infelices que no lograron dominarse en su camino a la gloria. Decide buscar otro lugar más alejado de la muchedumbre de cascarudos.

A lo lejos ve una ténue luz que llama su atención. Es la lamparita que cuelga en el techo del living de una casa de humanos. Vuela hacia allí, entra por la ventana y entonces, teniéndola bien cerca, ya está convencido de que ahí está el secreto de la vida. Allí encontrará explicación para todas sus dudas, logrará su realización como cascarudo y será feliz para siempre. Ya nada importa, ni esas criaturas enormes que podrían aplastarlo con un movimiento. Despega con todas sus energías hacia la brillante fuente de luz, nada podrá pararlo.

En un momento todo es luz, se encandila y pasa de largo, golpea contra el techo. Baja, vuelve a intentar, otra vez. Baja y sube varias veces más hasta que cae en la cuenta de que está volando en círculos alrededor de una lamparita, como aquellos otros cascarudos que vio al llegar.

Se siente frustrado por unos instantes, una lágrima de impotencia se le hubiera escapado, de haber podido llorar. Su verdadera naturaleza se hizo presente y lo dominó por un rato. Se dejó llevar. Fué débil. Pero no, él no es débil, ¡aún tiene energías, porque él es único! Entonces junta coraje y resuelve no detenerse hasta encontrar la verdadera luz. Esta era sólo una farsa.

Abre sus elitros, despliega sus fuertes y transparentes alas, y parte hacia el horizonte, teñido completamente de blanco. Avanza unos metros nomás y algo se interpone, rebota y cae al piso. Vuelve a volar en la misma dirección, rebota, rebota, rebota. Más alto, rebota. Más bajo, rebota. Izquierda, derecha. Rebota siempre. Está atrapado en este lugar. Esto es sólo un castigo de la vida por haber sido débil. Debe sobreponerse, juntar toda su fuerza e insistir con tenacidad hasta que traspase esa barrera.

Tanto insiste rebotando contra la pared que termina cayendo patas para arriba. Se sacude, abre los elitros, los cierra, bate las alas, mueve las patas, pero no puede darse vueltam. Es prisionero de su propio cuerpo. Otra vez su naturaleza lo domina. No sabe bien cuánto tiempo transcurre en ese estado de fragilidad, expuesto a otros insectos que podrían haberlo devorado. Pero verse tan limitado e inútil le permite apagar por un rato sus ímpetus, reflexionar sobre todo lo vivido hasta entonces y caer en la cuenta de que, quizá, la mierda no era un lugar tan feo después de todo. Que quizá sus padres no habían estado equivocados.

De pronto una idea aterradora pasa fugazmente por su diminuto cerebro de insecto, una idea que cambia su forma de ver el mundo y verse a sí mismo, que le da la certeza de su propia fragilidad, y su propia naturaleza de cascarudo contra la que no tiene sentido combatir: y si… ¿y si ellos también hubieran pasado por esto?

Es por eso que, en ese preciso momento, lo reviento de un zapatazo. Para ahorrarle la tragedia de, tras tanto esfuerzo, tener que volver a revolcarse entre la mierda. Siento que ese especimen cuyas entrañas ahora forman parte del suelo, no merecía un final tan vulgar. Ni girar estupefacto alrededor de una lamparita ni regocijarse en la comodidad de la caca.

Su vida fue un ejemplo de lucha en pos de alcanzar una instancia superior, su legado es este relato, con el que trascendió más allá de su muerte.

mmazzei -