Un sapo en el pozo

En el fondo de un pozo profundo, donde sólo a veces logra llegar un ténue rayo de luz que lo acaricia con su tibieza, envuelto el más triste silencio, allá abajo donde ya ni las raíces retorcidas de los árboles se asoman, como para que alguna araña teja su nido, allí, solitario, yace un sapo verde y grande. Un sapo que cayó por accidente en ese abismo de nada en algún momento del pasado que no sé estimar, pero tampoco creo que para él signifique algo.

Vive gracias a la humedad que sube por la tierra fresca, o las goteras que le llevan el recuerdo de la lluvia de aquí arriba, y alimentándose con algún insecto que cae en el pozo para hacerle compañía por un rato antes de ser engullido, tal como la naturaleza de ambos determina.

Trato de imaginar un instante cualquiera allí abajo: el sapo con sus ojos grandes y saltones, bien abiertos, observando uno o dos puntos en la oscuridad, concentrado, quieto. Esta escena se repite durante incontables instantes. Entonces ocurre algo más, un evento diferente que quizá se fije en su memoria: cae un bicho. En ese momento, que para el sapo queda definido por el hambre, la soledad y el bicho, tan experto éste en el arte de atrapar insectos con la lengua como cualquier otro, con un certero y fugaz movimiento lo engulle. Luego vuelven los instantes del principio, con el sapo quieto y esos ojos saltones.

Y yo, que levanto la chapa que tapaba el pozo, lo veo allí, un día, en uno de esos momentos cualesquiera, y me conmueve lo triste de su situación. Entonces opino que la naturaleza es cruel por haber privado de la vida durante un tiempo inconmensurable a una pequeña e inocente criatura; porque transcurrir inerte atrapado en la oscuridad y el silencio, sin poder vivir de acuerdo a su destino -esto es, croando en un charco luego de la lluvia, formando parte del coro de sapos y ranas, escondiéndose de las serpientes, huyendo del frío y del sol, padecer, disfrutar- eso es cruel. Si, privar del rol de testigo del paso del tiempo para someterlo a la más pálida continuidad, es cruel.

¿Qué pensamientos llenarán su pequeña mente ahora, que escucha el ruido del chaperío? ¿Creerá, con esperanza, que alguien lo salvará, testigo de su padecer? Sigue inerte por un rato, allí en el fondo. Bajo por la escalera, acercándome a él, que ya se me hace parte del pozo, tan estático… quizá sea la tensión de debatirse entre el pánico y la alegría. Pobre sapo.

Dando dos saltos se esconde en un rincón cuando lo intento agarrar. Si yo fuera un depredador, no tendría problemas en atraparlo, el fondo del pozo no tiene lugar para esconderse. Entonces ¿por qué salta? ¿Será que lo hace sólo para tratar de recordar lo que era huir de algo y, por última vez, imaginarse que está afuera? Pobre sapo.

Lo atrapo y, luego de trepar por la escalera, busco un lugar debajo de algun arbustito dónde dejarlo, protegido del sol, donde haya algún que otro bicho y humedad. Un sapo no necesita mucho más que eso para vivir.

Lo contemplo, ya en su nuevo hogar, y veo que da un salto, engulle un bicho y se queda quieto un rato largo. Si hasta podría creer que ahora estuviera tratando de recordar como era el fondo del pozo.

mmazzei -