Me has chupado toda la sangre que entraba en tu alargado cuerpo, una y mil veces. Has volado para convertir mis glóbulos rojos en energía cinética, posándote en el techo para convertirla en potencial. Potencial hijo de una gran que me picó todos y cada uno de los días del último jodido verano.
Ronchas, granos, picazones, molestias, autocachetazos, me quedo bizco para verte en mi nariz, me pongo pasamontañas para que no me entres por la oreja, guantes para que no piques a las manos que intentan convertirse en tus verdugas.
Off. Raid. El Coloso. La espiral. Pastillas Fuyí. Nada.
Sábana hasta la cabeza, ventilador apuntando directamente a la cama, no bañarme para tener mal olor y espantarte. Nada.
Asqueroso díptero, insecto molesto como pocos. ¿Más molesto que mosca en verano? ¡Mosquito en verano, carajo!… Cómo no se me ocurrió antes la respuesta más obvia. Probablemente porque al tener sufijo de diminutivo el nombre uno nunca lo asociaría con ‘más que algo’.
Propongo a las autoridades competentes de la Academia Argentina de Letras que actualicen la entrada que define a estos insectos para que pasen a denominarse Moscotes o, en su defecto, Moscos. A menos que el -‘ito’ no vaya de la mano del malestar que generan estas abominaciones de la naturaleza, garrapatas delgadas, pulgas aladas, piojos en libertad.
Algún detallista blector quizá se pregunte por qué si estoy en el hemisferio sur, donde en esta época es invierno, en uno de los más crudos julios que recuerde, habiendo padecido las calamidades a las que remito en anteriores entradas, es que estoy escribiendo acerca de tales alimañas. Pues sencillamente porque, para descongelarme, intenté hacer como Piterpan: tener un pensamiento feliz. Vinieron a mi mente infinitas imágenes, todas con abundante verde y el sol irradiando desde la esfera celeste.
Mi todavía-algo-ágil mente estableció la siguiente igualdad:
Sol + verde = verano = calor = mosquitos + humedad
Que me recordó lo asqueroso del clima veraniego. Repentinamente vino a mi mente una frase varias veces dejada escapar de mis indómitos labios: “Prefiero el invierno.”. Mierda, carajo, mierda.
No pensaba precisamente en eso, en esto, cuando lo dije. Mas para mantener la postura es que debo reafirmarlo y suponer que prefiero estar congelado hasta las entrañas, cubierto de todo tipo de trapos de pies a cabeza, semi-rígido, sentado frente a una computadora este domingo de Julio mientras escribo en el blog y además trato de lograr que me linqueen unos cuantos dementes, mentes de mentecato.
Es por eso, para tratar de convencerme a mi mismo de lo que yo opino, que comienzo con un desagradable saludo a mi mosquito amigo esta entrada. Bzzz bzzz… Onomatopéyico insulto.
Si no pueden alcanzarte con sus afilados picos dermo-excavadores, succionadores de líquido vital, se encargan de que toda la noche recuerdes que allí están. Favor por favor. Si quieres dormir tranquilo, más vale te destapas para que no tengas así que oir su horrendo zumbido, chillar de centenares de ellos pululando alrededor de tu oído acuartelado. A cambio de que no te griten, les ofreces la calidez de tu sudorosa piel para posarse y sorber… chupar hasta reventar, quitarte la sangre hasta que duermas por la hemorragia generada por miles de micropérdidas de glóbulos no sólo rojos o blancos: de todos colores ya.
Ijoeunagran.
¡Que bueno entonces que es el invierno!
Ya soy un hombre feliz.
Congelado pero feliz.
Así: (^_^)
Iba a tomar unos mates para aliviar el malestar… ¡pero qué digo!… bienestar tremendo que me produce este frío pero recuerdo que NO hay gas aún en el edificio.
¡Qué felicidad!
El solo hecho de imaginar que si hubiera gas, lo estaría malgastando en cocinarme unos capeletinis, calentar un poco de agua para el mate, generando dióxido de carbono o teniendo una pérdida en alguna cañería que podría hacer que explote la habitación, el depto, piso, edificio,manzana, todo este asqueroso barrio, o una mala combustión produciendo monóxido de carbono en mis, entonces, cálidos aposentos, me hace sentir feliz de no contar con tal combustible.
Lo único malo es el agujerito en la ventanita que está encima de mi camita, por el que entra la fresquita brisita de la nochita en inviernito. Ahh. Pero no es malo, es bueno, es excelente. Si no estuviera allí, no habría renovación de aire en mi cuarto. Piénsenlo bien, zopencos.
Ya no hay nada malo en el lugar, en mi vida, que bueno. Qué feliz soy… salvo por la heladera que me congela todo lo que allí dejo. ¡Buenísimo! Si no lo hiciera, la leche duraría menos aún en buen estado.
Que vida tan perfecta que tengo, seguramente todo el que lea esto pensará que escribo tan sólo para refregarle en el rostro lo bien que vivo yo y mal aquel… puede ser…
En fin.
Ya me aburrí de escribir hoy, me retiro a leer a mi habitación sin calefacción, con un agujerito en la ventana, la compu rota que posa en medio sólo para recordarme a cada rato que soy un dejado que no la lleva a arreglar, la cama desarmada porque le saqué todas las mantas para cubrirme, el hambre haciendo gruñir mis tripas tan fuerte que tapan al tipo que canta en la calle, dos pisos más abajo creyendo que es Horacio Guaraní (y le sale bastante bien) y el equipo de mate con su telaraña que llegó para quedarse.
Hasta la próxima.