Esta es una de esas historias que son contadas, oídas y olvidadas. Contadas por nuestros abuelos, oídas por nuestros padres y olvidadas por nosotros. Tienen un componente fantástico que no está a tono con el mundo actual, quizá por eso perdieron valor. Pero, como las leyendas, están basados en hechos reales o sirven para explicar alguno. La transcribiré tal como recuerdo haberla oído:
“Una vez sucedió que iba caminando por esa estrecha callejuela oscura que nace en la Av. F… y, tras un sinuoso recorrido, muere en el sucio paredón. Oscura como siempre, como todos los días; pero no esta vez
-¿Qué sucede aquí?- me pregunté al verlo
Un gran farol pendía de un cable tendido entre el techo de dos casas a ambos lados del camino. Iluminaba el lugar de una forma que no recordaba, entonces, haber visto antes. No esperaba encontrar algo así, quizá por eso temía. Dicen que lo desconocido provoca miedo.
Sentí un primer impulso de huir despavorido hacia el lugar del que venía, o al que me dirigía. La indecisión me paralizó y quedé allí, parado en medio de la oscura e iluminada calle. Transcurrió un tiempo indefinido mientras decidía hacia dónde correr -porque en aquella época yo era joven-. Mientras esto sucedía, pasaron incontables personas, perros, insectos, aves y, creo, que hasta soles y lunas.
-¿Cómo es posible que nadie le preste atención?- pensaba
La gente, indiferente, ensimismada parecía no haberlo advertido. Quizá si; pero, por temor a quedar presos también, decidieron seguir. No era admisible que sólo yo lo perciba. No. Si.
Luego de millones de instantes infinitesimales sucedió. Lo vi, allí escondido tras una pared. Es probable que estuviese desde siempre, pero no lo hubiera visto nunca por no detenerme en medio del homogéneo recorrido por esta oscura callejuela donde nada llama la atención. Un camino habitual como todos.
Pasó el temor, quedó la intriga. Pasó por todo el tiempo que transcurrió conmigo congelado cerca del farol, ileso. Quedó por ser un detalle que sobresale en un lugar donde, como dije, todo es igual. No pude dejar pasar esto.
Entonces, por primera vez en muchos instantes, me moví. Primero un dedo, luego la mano, el brazo. Primero un dedo, luego un pie, una pierna. Poco a poco recobré el control y me acerqué sigilosamente al espejo. Lentamente, no vaya a ser cosa que escape. Porque ahora todo era posible, desde el preciso momento en que ocurrió lo inesperado. Cuando ya estaba junto a él, me giré y lo vi. Sucio, temeroso. Con algunas muescas cerca de los bordes, signo de larga vida (no necesariamente antigüedad). Misterioso una vez más. Siempre había estado en ese lugar, cada día, cada noche, cada ida, cada vuelta. O quizá nunca.
El destino quiso que lo encuentre, que fuera ese día, que fuera esa noche, que fuera allí, que estuviera ahí, así como ahora. Porque si no es así, ¿cómo se explica? No importa, es difícil encontrar las causas, mas sus efectos se hacen sentir.
Ahora yo había encontrado algo especial para mi. Y el espejo me tenía como alguien especial ¿por qué habia decidido que sólo yo lo encuentre y nadie más? Tal vez alguien más lo vio, tal vez algo más noté. No importa, ahora había un lazo entre ese espejo y yo.
A partir de entonces, cada vez que recorría ese sendero, me paraba un instante frente al espejo, lo miraba, él me miraba, nos entendíamos y, sabiéndonos ambos más felices, nos saludábamos y seguía mi camino. Cada vez yo sabía que él allí estaría. Cada vez el sabía que yo pasaría.”
También recuerdo que, cuando terminó de contar la historia, alguien preguntó:
-¿Y dónde está ahora el espejo?- porque escépticos nunca faltan
Él lo miró y le dijo:
{final abierto, mil disculpas}