Día 6, Canalejas

Inicio Nueva Galia, 7:30hs
Fin Canalejas, 20:45hs
Distancia 134Km
Alojamiento Puesto sanitario. Muy bueno.

Esperaba que la jornada de Villegas a Realicó no se repitiera. Esta fue peor: además del calor agobiante y el viento en contra, estaban las inmensas lomadas (algunas tan altas que, en bajada, llegaba a más de 50Km/h) y, peor aún… las rosetas.

La roseta: un excelente invento de la naturaleza para asegurar que ciertas áreas no puedan ser pisadas por una bici. Su forma es casi esférica, de unos 5mm de diámetro, con espinas largas todo alrededor por lo que, sin importar cómo se las pise, siempre se clavan.

La primer pinchadura fue poco antes de Villa Unión, el último poblado antes de Canlejas, que se encontraba unos 60Km más lejos. La descubrí mientras almorzaba, mirando la bici y encontrándome con esa cosa endemoniada clavada en la rueda. Fueron necesarios dos parches: uno para ganar experiencia y saber cómo agregar el otro para realmente solucionar el problema.

Las demás fueron sucediéndose en el inhóspito camino a Canalejas, estando al rayo del sol, sofocado por el calor y el cansancio. A veces me limitaba a inflar las gomas y seguir hasta que que se desinflen para, entonces, inflarlas nuevamente. Las subidas con ruedas desinfladas eran interminables.

Lo peor era que suponía encontrar a Canalejas en el kilómetro 108, y llegué casi sin fuerzas a ese punto. Los carteles venían confirmando mis cuentas hasta el último, que le agregó 10Km a la distancia mencionada en el anterior. Esto fue como una catástrofe para mí.

Pensar que tenía que seguir pedaleando, con las ruedas pinchadas, la cabeza a punto de estallar, mucha sed (¡ya no tenía agua!) y hambre fue demoledor. De todos modos junté fuerzas y continué un rato más. Pasaron 10Km y nada.

Tenía ganas de mandar todo a la miércole, de terminar el viaje, pero no podía hacer nada: estaba en medio de un paisaje desolado, sin sombra siquiera. Incluso si mandaba todo al carajo, tendría que seguir o volver, para llegar a un pueblo y que me lleven de vuelta. Es decir: de todas maneras debía moverme.

Entonces levanté la bici del piso, en llanta, y comencé a caminar. A los 3Km no veía ni señales de Canalejas y ya quedaban pocas horas de día. Sin banquinas (todo espinado) no había siquiera dónde parar a dormir.

Pasó una camioneta de policía, en otra dirección, y al verme se detuvieron. Yo estaba de pie, mirando impotente la bici en el suelo, sin saber qué hacer con ella para poder avanzar. Me dijeron que faltaba sólo 1Km a Canalejas.

Este dato me motivó otra vez. Pensé que el sacrificio había valido la pena. Inflé las ruedas, sin emparcharlas, y comencé a pedalear con dificultad: aún había viento en contra y subidas.

Pasó 1Km y nada. Otro, y otro más. Nada. Maldecía al universo. Las gomas otra vez en llanta. Maldecir no había arreglado nada, entonces dejé de hacerlo. Las inflé y seguí. Fueron necesarios otros 3Km para ver, a lo lejos, el paso interprovincial.

Las gomas ya estaban desinfladas otra vez, pero no me importaba nada. Quería llegar al paso.

Estando a unos 300m de distancia, las ruedas estaban demasiado desinfladas ya, me bajé y seguí caminando.

Así fue la odisea para llegar a Mendoza.

Afortunadamente, malas y buenas experiencias se van alternando. El policía del puesto me presentó a Gabriel, el chofer de ambulancias del puesto sanitario, y él me invitó a pasar la noche allí.

Comimos un asado con Gabriel y José (el enfermero). José había preparado unos morrones en conserva que estaban geniales para acompañar la carne. Luego nos entretuvimos charlando un rato largo antes de ir a dormir.

Anécdotas al margen

Reencuentro

Cuando paré a almorzar en Villa Unión, lo hice en el parque detrás de la estación de servicio.

Mientras cocinaba, un tipo que había estado durmiendo en un banco, me dice: “tardaste mucho en llegar”. Para mi sorpresa, era Ángel.

No esperaba encontrarlo allí porque la ruta que él iba a tomar para llegar a San Luis estaba bastante antes de llegar a este pueblo. Pero nadie lo levantó y cambió de camino. Había llegado unos 30 minutos antes que yo nomás.

Fortuna

Durante el descanso de la mañana, como lo hacía siempre, me dirigí hacia un pueblo para comprar algo de comida para llenarme un poco la panza hasta el mediodía.

El primero que encontré fue “Fortuna”. Un pueblo al que se llegaba apartándose unos 2Km de la ruta.

Lo que no tuve en cuenta fue que era un domingo, 9hs.

Parecía un pueblo fantasma, no veía gente en las calles.

Recorrí lo que parecían ser las avenidas más importantes, crucé plazas, edificios públicos y nadie aparecía por ahí.

Sólo veía perros, que me ladraban entre asustados y molestos, y a los que ignoraba. Pero, si divisaba a lo lejos varios juntos, o alguno muy grande, doblaba en la esquina, hacia la otra calle, o volvía sobre mis pasos.

A medida que me internaba en el pueblo, cada vez más tenía que recurrir a las estrategias evasivas. Por esto, y por no haber encontrado en todo el rato ni un sólo lugar donde pudiera pedir agua o comprar comida, decidí volver a la ruta.

No podía ir por la misma calle: estaba ocupada por perros que me habían seguido. Tuve que agarrar un camino alternativo. Avancé un poco por este último y encontré unos rottweilers.

Vuelvo, otro camino, libre de perros. Era una calle de tierra que, de un lado tenía campo, de otro casas que, a lo lejos, iban haciéndose cada vez más dispersas.

Pareció ser el camino que había tomado para entrar al pueblo, pedaleé un rato y no encontraba referencias conocidas. Ni siquiera veía huellas de bicicleta en el otro sentido. ¡Camino equivocado!

Y atrás, a lo lejos, perros de todo el pueblito ladrando y aullando. No había otra que volver.

Cuando llegué de vuelta a la ruta, había pasado más de 1h.

mmazzei -