Inicio | Valle Grande, 7:00hs |
Fin | El Nihuil, 15:30hs |
Distancia | 54Km |
Alojamiento | Camping Municipal. Malísimo: básicamente una banquina ancha con dos parrilleros y una canilla. |
El recorrido de hoy, entre Valle Grande y El Nihuil, atravezó todo el Cañón del Atuel en un tramo íntegramente de ripio, con lomadas, badenes, curvas y recontracurvas.
Durante el recorrido traté de integrarme más al río, difrutando de su vista y sus posibilidades tanto como pudiera. Me fascinan particularmente los paisajes formados por ríos recorriendo valles, alimentando árboles y pastizales al pasar. Del Atuel pude sacar agua para lavarme, refrescarme e incluso beber (ví que unos caballos lo hacían así que deduje era buena).
Las primeras dos horas, con el frescor de la mañana y a la sombra de las inmensas paredes rocosas del cañón, fueron sencillas de pedalear y se pasaron rápidamente. Crucé un par de generadores hidroeléctricos y me dejaba sorprender con las vistas del río.
A partir de las 10hs, ya con el sol pegando un poco, aprovechaba cada recodo de la ruta en que pudiera bajar al río y que tuviera algún que otro árbol dando sombra, para refrescarme, descansar y disfrutar del paisaje: las vistas, los aromas, el sonido del agua fluyendo, el viento en las ramas y los pajaritos: patos, unos que gritaban como cuervos, otros más chicos,…
Dormí alguna que otra siesta en esos descansos. El fluir del agua entre las rocas y raíces, zigzagueante, fresco y murmullante era hipnótico. También charlé con unos caballos que pasaron por ahí, y que me enseñaron un buen lugar para beber del río. Muy buena gente esos caballos. Me dieron ganas de tener uno como mascota.
Fue un hermoso paseo, largo y con la libertad de no tener apuro por llegar, teniendo en cuenta que disponía de todo el día para hacer sólo 50Km.
Sólo la última etapa fue difícil. Unos 10Km que me llevaron 2hs desde las 13:00hs, el peor momento para pedalear, y en el que termino arruinado casi todos los días.
El calor era excesivo, el sol brillaba en lo alto, con rayos fulgurantes que parecían decididos a traspasar la piel hasta los huesos, del que huía despavorido, agradeciendo a los cielos por cada roca o cartel que me diera al menos un poco de sombra, escasa en esta parte.
El paisaje se había tornado más árido, rocoso y cubierto de cactus y plantas espinosas, hostiles a mí, al menos. Supongo que se trataba de la cima de un cerro. El camino era ahora una subida incesante, empinada, que a cada vuelta me daba esperanzas vanas de volver a descender o, al menos, amesetarse.
El agua que llevaba ya estaba caliente, y no me quedaba más que medio litro (la medida que considero siempre como “de emergencia”). El río estaba lejos, ya no podía valerme de aquello. Sólo deseaba volver a acercarme.
Faltando 5Km para terminar diviso, a la vuelta de una curva, un árbol. Desesperado gasté mis energías, acelerando el paso para llegar. Se trataba del último dique del complejo, rodeado de un parque surcado a un lado por un arroyito de agua transparente. Era todo lo que necesitaba para poder seguir.
Repuesto tras este descanso, y con las esperanzas renovadas por la aparición de árboles y agua, subí a la bici para terminar con los últimos 5000m hasta El Nihuil.
Cuál habrá sido mi disgusto cuando, a la primer curva, aparece un desierto inmenso cubriendo el horizonte hacia donde mirara, y que volcaba su arena sobre el camino. ¡Ni siquiera podía pedalear porque se enterraba la bici!
Resignado me bajé y caminé por casi una hora hasta encontrar asfalto. En ese momento supuse que se trataba de un milagro o algo así de esotérico. Y, sin poder dar crédito a lo que veía, dudé un poco hasta subir a la caminívora a pedalear.
Fueron uno o dos kilómetros en bajada, donde alcancé más de 45Km/h, extasiado y sin frenar ni en las curvas, tratando de no romper el hechizo, de que siga el viento dándome en la cara, de alcanzar la sombra, de encontrar agua, de todo eso que uno aprecia mil veces más tan pronto cuando falta. Porque, aunque muchas sean las cosas que se extrañan en la ausencia, algunas se notan más. Agua, comida y sombra son, para mí, las principales.
Esta fue mi segunda visita al Nihuil. Al cabo de 3 años poco ha cambiado. La ciudad sigue sin gustarme. Una playa sucia con algas, piedras y barro bajo el agua, campings horribles y sin sombra, no encontré nada pintoresco como para sentarme a mirar. Ni siquiera el inmenso dique. Quizá estoy tan negado que no puedo encontrarle el lado bueno.
Para colmo de males, perdí algunas cosas:
- 2 pares de medias (3 medias)
- la banda reflectiva
- la banderita, símbolo de mi caminívora al que le tenía especial aprecio
- la kefia, prenda más útil que llevaba: me daba protección contra el sol, refrescaba cuando la mojaba en agua, cubría la bici para esconderla, era almohada, daba sombra,…
Y, por si eso fuera poco, la policía tomó mis datos por dejar la bici en un bar abandonado. Tenía pensado quedarme allí junto a dos mochileros que hacía unos días acampaban en el lugar. Fue un mal momento, pero del que aprendí a preguntar siempre primero.