Inicio | Aluminé, 8:30hs |
Fin | Junín de Los Andes, 17:00hs |
Distancia | 110Km (26Km en camioneta) |
Alojamiento | Casa de Homero, en un colectivo. |
Fue sencilla la primer mitad del día, hasta Rahue, y con bonitas vistas, lo que hacía la pedaleada más fácil. El río Aluminé, con el agua de un color entre azul y verde, tenía un efecto hipnótico. Casi me estrello contra un guardarriel por contemplarlo con tantas ganas.
De cerca, las aguas del Aluminé y todos los ríos y lagos de la zona, son de una claridad tal que puede verse el fondo.
Desde Rahue arranca un camino de ripio, que no es tan feo. Sólo tiene sus subidas y bajadas, más subidas a partir del Km 55 (contando desde Aluminé) y, luego del Km 80, lomadas, con un ripio no tan bueno a partir del 75.
A los 2Km de empezado el ripio, en una emocionante bajada, una piedra saltó y me arrancó el descarrilador, torciéndole las aletitas que protegen al engranaje inferior, lo que hizo además que toque un rayo y lo tuerza.
Cuando escuché el ruido y quedé pedaleando en falso, pensé que se había roto la cadena, como me advirtieron en la bicicletería de Las Lajas. Pero al mirar, me encontré con algo mucho peor de lo que hubiera podido imaginar. No había previsto este tipo de roturas. Siempre pensaba en llantas, cubiertas y cadena.
Bajé de la bici y miré, sin saber que hacer, por un rato largo. Caminaba de aquí para allá, como buscando “la pieza” que lo arreglaría, pensando que, quizá, debería abandonar el viaje aquí mismo y volver a mi ciudad. No sé cuánto tiempo pasó. Al no encontrar nada mejor que hacer, saqué una manzana de las alforjas y me senté a comer. Pasado un rato, una idea me iluminó: atarlo con alambre.
Así, por más burdo que suene, es que emparché el problema para, al menos, llegar al siguiente pueblo: “Piloil”, a unos 25Km de distancia.
Subí a la bici y comencé a pedalear, primero con desconfianza, pero como venía bien, luego entré en ritmo. Estaba cada vez más contento con la “solución”. Por suerte, se quedó trabada la posición 2-3 (corona y piñón del medio), que sería algo así como una bici sin cambios. Así que en el llano podía andar a 25Km/h sin problemas. Lo difícil eran las subidas, imposibles de pedalear cuando eran empinadas, incluso parándome y echando todo el peso sobre el pedal. Pero me defendí con eso.
Llegué bastante rápido a Piloil. Como ya eran las 11:30hs, decidí descansar un rato mientras acompañaba de unos mates, para enfriarme un poco.
Aún con el termo hasta la mitad, de tan optimista que estaba, a las 13hs salí otra vez. En mi cabeza se debatían las opciones de derrotismo: largar todo a la mierda y volver; orgullo: cuánto a que te cruzo toda la montaña, así rota la bici y todo; y sensatez: debo buscar ayuda para llegar al siguiente pueblo, reparar la bici y seguir el viaje en condiciones.
Un rato dominaba cada una. Cuando miraba de reojo el cuenta-kilómetros y veía que había hecho 20, 30 o 40Km sin cambios, se me inflaba el ánimo y me agrandaba un poco, con todo el orgullo del mundo levantaba la frente en alto y miraba desafiante a “la cordillera esa”, a la que estaba venciendo con un pedacito de alambre. Cuando aparecía una subida, y debía bajarme a empujar, a un paso que parecía estirar la distancia hasta la cima, el derrotismo se hacía presente, exagerando el calor, sed y viento en contra, haciendo que fueran las únicas cosas que pudiera tener en mente por un rato, presentando augurios de calor, viento y subidas que no harían más que empeorar durante el resto del viaje. Cuando frenaba un rato a descansar, recuperando la calma y pensando en frío, la sensatez se hacía presente con todo un plan pre-elaborado para alcanzar la meta.
La cosa es que, cuando me quise acordar, estaba atrapado en la famosa “Cuesta del Caracol”, con toda su compañía de lomadas y subiditas, empujándome para atrás con el viento, por si no era suficiente. En ese momento ya no tenía dudas existenciales, objetivo de mi vida estaba claro: “llegar a Malleo”, el siguiente punto del mapa.
Tales eran las subidas que tuve que caminar por horas cuesta arriba con la bici.
No terminaba nunca, sólo había una cosa que parecía llegar a su fin en ese lugar y eran mis reservas de agua.
Había previsto encontrar algún que otro lugar para reaprovisionarme pero no habia ni arroyos.
Ya a las 16hs, el derrotismo se perfilaba como ganador, sólo sentía desgano, fatiga y desesperanza. Llevaba casi 80Km recorridos (58Km con alambre) y aún no había ni rastros de Malleo. Los últimos pocos Km me habían insumido una hora entera.
Así y todo continué. ¡Sólo estaba a unos 25Km de llegar! Y, a los 84Km, cuando llevaba con bastante esfuerzo la bici cuesta arriba y sólo pensaba en encontrar sombra y agua, una camioneta se detuvo a la par, bajó un hombre y, sin preguntar nada, me dice: “subí”.
No lo podía creer, había estado 1h haciendo dedo en Piloil sin éxito (en uno de esos raros arranques de sensatez).
Resultó que Homero, como se llamaba, tenía la costumbre de ayudar a los mochileros/viajeros en apuros y llevarlos a su casa. Hasta me invitó a cenar con su familia, y me dejaron dormir en el colectivo de su hijo.
Cuando llegamos a su casa, como tenía que irse a dirigir un partido de fútbol, me dejó por dos horas solo ahí, que me sienta como en casa, con un tenedor libre de facturas que uno de sus hijos preparaba.
Aproveché también para pasar por la bicicletería (¡muy cara!), pero como me querían cobrar $650 un modelo económico de descarrilador, sólo me llevé una cubierta, “la más barata” del único modelo que tenían. $280, una ganga…
En casa de Homero aproveché y lavé bien la bici, ajusté los rayos, coloqué la cubierta, aceité la cadena y revisé todo. Quedó joya, con alambre incluído.
Luego vino la ducha, la cena con Homero y Silvia, una charla sobre la casa, detalles técnicos de la construcción con madera, vimos cómo podíamos hacer que su compu fuera más rápida, y al final, consumido por el sueño, me retiré a dormir al colectivo, despidiéndome de ellos, a quienes no volvería a ver.
¡Mis agradecimientos a Homero y su familia!
Notas al margen
- Me crucé con un italiano que, desde hacía 3 meses, viajaba por Argentina y Chile. Aunque a otro ritmo, nunca superando los 40 o 50Km diarios, y llevando el doble de peso que yo (¡una alforja inmensa sólo con comida!), y parando más en lo salvaje o regateando precios en campings. Intercambiamos algo de info y cada uno siguió su camino, luego de una charla de media hora al rayo del sol.
- Me perdí en la ciudad cuando volvía de la bicicletería: no encontraba la casa de Homero. ¡Y todas mis cosas estaban allí! Dí vueltas un buen rato, no recordaba ni el nombre de la calle, hasta que una mujer me nombró los pájaros raros que veíamos (Bandurrias), y ahí lo recordé: era la calle Bandurrias.
- El equipo de Homero arrancó el partido con sólo nueve jugadores, porque dos eran bomberos y estaban apagando un incendio, pero luego se sumó uno de la tribuna.