Inicio | Junín de Los Andes, 8:30hs |
Fin | Puesto Casanova, 17:00hs |
Distancia | 67Km |
Alojamiento | Camping de Laguna Escondida, genial. |
Todos dormían cuando partí. Luego de un desayuno calentito, me pude despedir sólo de la casa.
El viaje fue sencillo y sin complicaciones entre Junín de Los Andes y San Martín de Los Andes. Alguna que otra subidita, pero al final todo bajada. Llegué muy rápido, y fue tan fácil que, de a ratos, olvidaba que tenía el descarrilador atado con alambre.
La hermosa ciudad y el paisaje me dieron su bienvenida a las 11hs. Todo parecía color de rosas, “Así sí que es lindo viajar” pensaba. Lo que no imaginé era el resultado de la decisión que tomaba por hacer otros 18Km para ir a un camping bien alejado, confiado en la buena experiencia de la mañana.
Nunca me habían costado tanto unos pocos kilómetros. Tardé 3hs en cubrir los 18Km. La primer mitad fue todo subida, por ripio muy feo. Incluso llegué a cortar camino entre dos segmentos del zig-zag (aprendí que de nada sirve). Y, cuando estaba repodrido de subir, arrancó una violenta bajada, donde tenía que usar los frenos todo el tiempo, no sólo por la velocidad, sino por los pozos, ramas y piedras que se cruzaban en el recorrido.
Pensaba que la bici explotaría en cualquier momento. Pero, cuando la bajada estaba empezando a gustarme (evitaba pensar que eso sería subida al volver) y podía divisar una playa abajo a lo lejos, aparece el desvío hacia el camping que yo buscaba.
Nunca había siquiera caminado por un sendero tan fiero. Estaba enterrado hasta el tobillo en polvo, la pendiente era demasiado empinada como para suponerla transitable y, cuando no había polvillo, eran piedras, pozos y ramas lo que dominaba.
Al llegar, tras cruzar tres tranqueras (único signo de que iba por el camino correcto), me encontré con otra más, pero cerrada con un candado. A unos 200m se veía lo que parecía ser la casa del guardaparques. Chiflé y grité, pero nadie salió. Entonces dejé la bici contra el alambrado y caminé un poco sin encontrar otra entrada. Con el hambre, sed, cansancio y ganas de llegar que tenía, esto era algo no muy agradable de ver.
Así es que tomé la resolución de entrar fuera como fuera, y salté la tranquera para explorar un poco. A medida que me acercaba a la casa, mejor me sentía: se veían carpas y rastros de que había habido gente aquí durante la última noche.
Seguí llamando, pero nadie salía. Me dirigí hacia una casa que había más atrás. Todos los sentidos se me habían agudizado. No escuchaba siquiera un perro, eso asustaba más, porque podían aparecer de repente, de cualquier lugar. En el camino encontré un cajón, colgando de un árbol, con pedazos de carne, rodeado de un enjambre de moscas. Todas las puertas estaban abiertas. Era como si los habitantes del lugar hubieran abandonado todo mientras huían. La única presencia humana en este lugar era yo.
Entré a la casa y vi mucha comida, y de las canillas salía agua. La idea de tener todo esto disponible era genial. Abandoné la idea del apocalipsis zombi, o del asalto de maleantes e imaginé que sería la comida de los “montañistas” (por dios, ¡que ingenuo!), que estaban en alguna travesía por ahí. Me sorprendió que dejaran todo junto, y las carpas abiertas ¡tanta confianza se tenían entre sí! Los llamaría montañicomunistas.
Lo único malo que veía ahora era la ausencia de coches. Sólo se veía un camión, pero abandonado… No habría nadie a quien pedirle que me lleve al regresar (¡imaginaba llegar y pedir en administración que me avisen si alguien se iba el martes, de todos los acampantes con camioneta que habría!)
Así que, mientras esperaba, como estaba muy sucio, decidí darme una ducha (¡si total después pagaría por ella!) y también aproveché para lavar la ropa, me serví agua, llené las caramañolas, revisé la heladera, paseé por la casa, me senté a comer y luego a escribir, como si todo aquello fuera comunitario (otra vez: ¡cuánta ingenuidad!).
Pasadas casi dos horas, mientras tomaba unos mates, sentado en un silloncito de plástico que había sacado de la casa, escuché ruido de autos y ví aparecer unos niños por donde había entrado yo. Mi cabeza comenzó a trabajar. Dando por sentado que todo lo que había imaginado era cierto, ellos estarían llegando aquí como yo, medio perdidos. Les contaría que “los montañistas” aún no llegaron y ansiaría que se vayan para estar a solas otra vez.
Detrás de ellos apareció gente adulta, y todos se acercaban con cara de sorpresa y duda. Mirándome sin entender nada.
Cuál habrá sido mi sorpresa, tan aferrado que estaba a aquel ideal de “comunidad de montañistas”, al enterarme de que eran los familiares del dueño del lugar. Y que las carpas eran suyas, que se habían alejado un rato para bañarse en el arroyo, que la casa no era parte del camping, que no podía usar su agua, su ducha, lo que hubiera allí, que mi bicicleta estaba en su patio y mi ropa mojada, colgada en su cerco.
¡Qué manera de caer en la cuenta de que me había metido en una casa ajena sin permiso, y revisado su heladera, y duchado en su baño! Fue una situación bastante incómoda.
Cuando llegó el responsable, la charla fue rara. No sé si estaba nervioso, o si tenía un tic o enfermedad, pero mientras hablaba, a veces se quedaba como tildado y dejaba de escuchar, o decía algunas cosas sin sentido.
Todas las preguntas que hizo sobre mi equipaje, y sus observaciones detalladas de lo que traía, así como que se acercara a mi carpa (a 150m) luego de que la armara, estando yo lejos, él conversando bajo con otra persona, y su forma extraña de hablar, generaron en mí cierta desconfianza.
De todos modos me quedé allí. No había llegado hasta ese lugar para nada. Quería conocer el lago escondido, y disfrutar de la tranquilidad de ser el único paseando por cada lugar.
Compré algo para tener comida por un día más, por si se marchaban, luego cené y me acosté temprano.
Esta noche hizo frío otra vez. A pesar de que armé la carpa dentro del domo, lo sentí y me desperté un par de veces para abrigarme. (Lo admito, fue un lugar algo exótico para armarla, pero aproveché la oportunidad ¿cuántas veces más se presentaría?).
Al levantarme, cansado aún, y me dolían brazos y piernas, me encontré con una fuerte tormenta, con densas nubes cubriendo el cielo.
No podría hacer la caminata de 8 o 9hs que había planeado (hacia lago escondido y la playa del Lácar) hasta ver bien qué pasaba con las nubes. Los senderos, con una capa de polvillo de 2-3cm de altura, no se veían como un lugar adecuado para caminar si se largaba.
Entonces aproveché y, luego de desayunar, salí en busca de la cascada que Ramiro había mencionado.
Lo que encontré superó todas mis expectativas: el arroyo venía zigzagueante hasta una fractura del terreno que se abría en dos escalones de unos dos metros de altura cada uno, para bajar a un cañón de unos 10-15m que encerraba su curso por un par de cientos de metros más.
El primer escalón caía sobre una pequeña “olla” de 3m de diámetro, por 1-1,5m de profundidad, que, a su vez, dejaba al agua caer sobre una olla mucho más grande: 7-8m de diámetro por 2m de profundidad (¿o más?), rodeada por los inmensos muros del cañón, poblados de vegetación y, en la parte superior, los árboles creciendo sobre su cornisa, algunos parecían flotar.
Me quedé allí un rato, tomando del agua que caía, escuchando el ensordecedor rugido de las cascadas, dejándome sorprender por las formas exóticas que tomaban los troncos de árboles creciendo en la cornisa, admirando la majestuosidad del cañón y llenándome de paz. Imaginaba tener mi hogar junto a ese lugar, eso habría sido perfecto.
Lago Escondido
¡Llegué al Lago Escondido!
Y qué bien escondido que estaba. Tuve que caminar 1,5hs para llegar (en A.P.N. decían 2hs y en el cartel de Puesto Casanova, 1h, así que fue un promedio).
El camino era fiero, de tierra suelta, con algunas subidas y bajadas. Pero, sin la bici, se hizo llevadero. Atravesó bosques, claros, praderas, cañaverales, arroyos y laderas. Estaba plagado de pajaritos, y hasta me encontré con una víbora y una tarántula.
Nunca pensé que un camino tan corto (¿7Km?) pudiera tener tanta variedad de vistas.
El lago era paz. La orilla que daba al camino tenía una parte de playa arenosa, otra de rocas y el resto boscoso (raíces de árboles, orillas pronunciadas). A pocos metros de la orilla, unos juncos se mecían al viento.
Todo estaba en una medida perfecta. Hasta las piedras en la playa, sus tamaños y orden eran adecuados para sentarse cómodamente a contemplar la mejor de las vistas.
El lago estaba rodeado por cerros boscosos todo alrededor y, los del extremo opuesto al camino, dejaban ver una montaña nevada.