Inicio | Villa La Angostura, 9:50hs |
Fin | Lago Gutierrez, 18:00hs |
Distancia | 110Km |
Alojamiento | Bajada a orillas del lago, excelente. |
Hacía varios días que no superaba los 100Km.
Ya puedo confirmar que la belleza del paisaje tiene un efecto positivo en el pedaleo: a pesar de que el tramo de hoy fuera de muchas subidas y bajadas, a veces pronunciadas o extensas, con el viento en contra la mitad del camino, llegué al lago sin cansancio.
No continué hasta Lago Mascardi, como me había propuesto antes, porque me gustó mucho el lugar que encontré, tranquilo, con una extensa playa y hermosa vista.
Casi la mitad del día (o más) consistió en bordear el inmenso y colorido Nahuel Huapi, con sus incontables miradores, y rodeado de cerros tan altos que, si la profundidad del lago está en proporción, debe ser bastante hondo en el centro.
La ciudad de Bariloche aparece, por primera vez, a lo lejos, recostada sobre la orilla del lago, y se la ve tan cercana que engaña un poco, porque la ruta tiene todavía que dar la vuelta al lago.
Antes de llegar, Dina Huapi intenta tentarme, con su pequeño caserío, e infraestructura para el viajero; bonita y aparentemente económica, pero yo quiero algo que está más allá ahora.
Sigo un tramo más y un policía me hace bajar a la banquina, donde me dice que no puedo circular por la ruta sin casco. Si, claro, gracias. Ahora me siento un rebelde.
Bariloche me sorprendió. Una ciudad grande y hermosa, arbolada con una larga costanera sobre el lago y un completo centro comercial. Sus desniveles la hacen más linda aún, permitiendo vistas por debajo y por encima de casi todo, aunque cuestan un poco con la bici.
La ciudad me tentaba a cada paso con infinidad de lugares muy buenos para comer o tomar algo. A precios razonables y todo.
Quería frenar en todas partes; pero, de entrada, me puse un límite: helado y chocolates. Esos serían mis dos premios barilochenses.
Encontré heladería a 100m del Centro Cívico, y allí me sirvieron uno de los mejores helados que he probado. Tanto que me vi en la obligación de pedir un segundo cuarto al terminar el primero, para asegurarme de que no fuera casualidad tanto derroche de sabor. Terminado el segundo, antes de decidirme a un tercero, huí hacia la calle Mitre, siguiendo el aroma del chocolate.
Tantas chocolaterías había, y tan bien armadas las vidrieras… era difícil continuar sin ceder al impulso. Eran muy caras, pero no quería irme sin probar al menos un pequeño chocolatitinitito.
Entré a una cualquiera, mientras me preguntaba cómo elegir entre tanta variedad (cuando se elige uno, se están descartando todos los demás). Pero esa gente sabe jugar con los sentimientos, y cuando estaba por pagar, ahí nomás veo una canastita llena de cubanitos (tamaño extra-monstruo: más 20cm de largo cada uno), rellenos de dulce de leche con chocolate (ambos parte del relleno). Fue una mirada fugaz, pero las manos comenzaron a temblarme y no podía pensar en otra cosa. Antes de romper en llanto y volverme loco, agarré uno, lo agregué al pedido y cerré los ojos para evitar ver nada más en ese local endemoniado.
Pagué y salí corriendo, con la vista fijada en el piso, como un desquiciado. Y, en la vereda, ya junto a la bici, revisé la bolsita de chocos con desesperación, tomé uno cualquiera y lo devoré para calmar la bestia interna. Ahí mismo, mientras tuve tiempo, los escondí, subí a la bici y pedaleé lo más rápido que pude por escapar de esa ciudad, a la que prometí, a grito pelado, levantando un puño hacia el cielo: “¡Volveré!”.
Fue difícil salir de Bariloche. Una larga y pronunciada subida me empujaba hacia atrás, no quería dejarme huir. Era eso o el medio kilo de helado que me estaba pasando factura. Tuve que bajar de la bici y hacer un trecho caminando hasta la ruta.
La energía de los helados y el chocolate me ayudó, una vez fuera del alcance de la ciudad, a pedalear otros 25Km con viento en contra y todo.
Con la barriga gruñiéndome, no sé si de bronca por no haberle dado más chocolate, o lamentándose por haberle dado tanto helado, llegué a una playita sobre el Lago Gutierrez, pensando que ya era el Mascardi.
Aquí, escondido lo más entre los árboles que pude, acampé, hice fogón, contemplé las luces de un alejado pueblito reflejándose en las aguas del lago durante la noche, vi un globo aerostático, nadé, cené, y dormí.