Son las 21hs y todavía el sol alumbra aquí. Miro mi sombra y se proyecta hacia atrás por más de 30m. Lejos, no recuerdo haber visto una tan larga, pienso que los edificios en Buenos Aires o los árboles de Pergamino lo impiden.
Hace un rato delineaba un trazo en un mapa de la Argentina, dibujando la ruta que seguí hasta aquí. Estaba, quizá, proyectando otra sombra hacia atrás. Por ya no sé cuántos kilómetros. A veces me preguntan y tiro un número: 2500, 2600, da igual.
La huella que veo es larga. Y, como la sombra, nunca había visto una igual. Mejor dicho: nunca le había prestado atención, siempre intentando dejar la mínima posible. Pero ahora intento volver mentalmente hacia atrás, sobre mis pasos, y me encuentro con ella.
Aparecen fugaces caras, lugares, sensaciones. Vuelven esos pequeños desafíos con la emoción de haberlos superado: el alerta meteorológico el día en que salí; los 120Km sin pueblos desde Canalejas, lugares que aparecen en la otra mitad del mapa tamaño poster…; la Cuesta del Viento, caminando agachado con la bici para no volarme y dudando en si lograría llegar siquiera a Pehuenia.
Pequeños desafíos me parecen ahora, fueron todo en su momento. No había nada más para mí cuando se hicieron presentes. No veía más allá del instante, del siguiente recodo en el camino.
Otra vez miro el mapa que acabo de comprarme. Uno de esos grandes que tienen medio país de cada lado. Ni siquiera puedo seguir con el dedo el camino que he recorrido sin darlo vuelta, me apabullo con eso, es más de lo que pensé que lograría el día en que salí.
Sigo mirando el mapa, no puedo evitarlo, me pierdo entre delgadas líneas coloreadas: rutas, caminos secundarios y rurales. Miro sin ver puntitos que son pueblos, cerros, nadas.
Recorriendo una de esas líneas llego al sur, a Perito Moreno. Está en la provincia de Santa Cruz. Rodeado de estepa. Estepa es nada, es viento incesante, es montañas deformadas, achatadas, recortadas por su poder abrasivo, es plantas bajas que crecen desafiantes, con espinas como único follaje porque el viento las hizo rudas, es cadáveres putrefactos al costado del camino, es mirar fijo el asfalto porque el viento hace llorar los ojos, doler la nariz, es no saber donde se está, es querer estar en otra parte. Estepa es todo eso, es un paisaje inmenso y sin límites que borra todo lo demás. Permanecer en la estepa es desafiarla, es cantar mil veces la misma canción, es volverse loco por un rato, dentro de esa misma locura que fue pensar en cruzarla. Una locura dentro de otra, ¡qué locura!
El dedo fijo, señalando Perito Moreno. Pienso en la estepa y en nada más. ¿Será que, como aquellos otros desafíos, lo es todo para mí por ahora? ¿O será este el único reto del viaje?
No me animo a mirar más al sur, no puedo siquiera contar las distancias, calcular hasta dónde llegaré mañana. Veo igual: Gobernador Gregores al sur, a nosecuantos kilómetros. Bastante más abajo hay algo llamado Tres Lagos. Después no sé ya. Y viento. Me dijeron que hay mucho viento.
La bici está medio renga: la transmisión no sé si durará mucho, hoy encontré la rueda muy descentrada y con un rayo roto. La corregí un poco pero necesito una bicicletería.
Espero encontrar alguna antes del ripio, porque viene otro ripio. Ripio con viento en contra en la estepa (si, acabo de mirar el mapa). Todas las dificultades juntas.
Es un poco de ansiedad, quizá. Por ahí porque estoy tan cerca del final, o porque falta lo más difícil. O porque habiendo estado una hora en la estepa ya sé de memoria todo lo que encontraré hasta llegar a la meta. Fue como si el final de un libro consistiera en la misma frase repetida una y otra vez por cientos de páginas.
Viento, bici renga, ripio, estepa.
Probablemente es sólo que lo estoy pensando mucho.