…entendés, no era una polilla, ni dos o tres, ni cientos, era más que una nube, era un cielo de polillas. Y no es lo mismo, porque no sé si alguna vez has mirado al cielo fuera de Buenos Aires, pero es muy grande, se extiende hacia todas partes allá arriba hasta confundirse con la pampa en el horizonte, donde las vacas ya no son ni siquiera puntitos.
Sé que por ahí exagero, mi idea es que el contexto te quede bien claro, tarea difícil, sí. Ya transmitir un mensaje es practicamente imposible en cualquier lenguaje hablado sobre la faz de la tierra. ¡Cuánto más lo será comunicar el contexto que rodea a este mensaje!
De pronto es todo tan superlativo que me siento diminuto, limitado, efímero. ¿Alcanzaría la vida entera de dos personas para que pueda una dar a entender a la otra de qué está hablando? Supongamos por un instante que sí, que con una vida alcanza. Que ambos tienen la voluntad de entenderse a pesar de que lleve horas, días, semanas o años. ¿Y después qué? Se entendieron, si. Supongamos también que ocurrió, ni siquiera ellos podrían estar seguros. Tanto tiempo pasó desde que uno comenzó a explicarle a otro lo que había sentido al ver esa estrella fugaz surcando el cielo aquella vez que aunque, probablemente, hubieran tenido que pasar por alto otras cosas, habría más eventos por comunicar. ¿Deberían seguir comunicándose la siguiente idea? ¿Se han convertido ahora en una entidad pasiva cuyo interes radica únicamente en introspección respecto a sensaciones? Porque si se fusionan sus conciencias en una sola cosa, ya no es comunicar sino reflexionar, eso mismo. Últimamente me obsesiona el tema de lo relativo de la comunicación. Creo que me di cuenta cuando… bueno, no importa ahora.
Disculpa que me vaya por las ramas a veces, es que tengo que decir esas cosas, son parte de la razón por lo que te cuento aquello, y parte de aquello otro también, porque no sólo quiero que entiendas lo que sucedió ese día sino por qué te lo cuento y qué creo que ocurre con lo que te cuento. ¿Es metacomunicación de una metahistoria?
La cosa es que estaba lleno de polillas por todas partes. Revoloteando alrededor de una lámpara en la calle, de carteles luminosos, de vidrieras, pantallas de celulares, lo que fuera que emitiera luz. Por algún motivo no les resulta suficiente que el objeto refleje; tiene que emitir.
Y ahí estábamos, yendo hacia el coche, cada uno percibiendo su fracción de aquello. A mí me había llamado más la atención una pared en particular, que vista de un ángulo en particular en un momento en particular tenía algo de particular. Y en esa ansiedad, necesidad que tengo por compartir experiencias aún sospechando que, como decía antes, es prácticamente imposible alcanzar ese objetivo, mi voluntad se dividía entre contemplar ese instante y mostrarle a los demás lo sublime, quizá con la esperanza de que alguien lo capte y entonces estar conectados, polillas en pared mediante, con otra conciencia.
Y le digo conciencia, pero no sé bien qué es. Porque siempre entendí que eramos sólo el resultado de reacciones químicas. Todo nuestro cerebro está hecho de materia, esas neuronas que transmiten señales eléctricas, modulan, liberan hormonas que no son más que unas moléculas muy complejas que cambian nuestro estado de ánimo y demás. Pero en esos momentos sublimes a veces pienso que podría haber algo más que electrones en órbita o viajando entre átomos. ¿Sabés por qué? Porque no tiene el más mínimo sentido vivir esos momentos, contemplar algo y no poder comunicarlo. La naturaleza no hace muchas cosas sin sentido. ¿O sí y hablo de ignorante nomás? Es decir, ¿por qué sentiríamos ese flujo de información, de sensaciones, de pasmo y deseo de comunicarlo? ¿Por qué querríamos comunicarlo, para empezar? No entiendo. No es supervivencia, no es propagación de la especie, no es necesario. La naturaleza nos formó para sobrevivir, multiplicarnos, punto. Esos eventos son vivir de un modo que no hace falta. ¿Será por ello que no disponemos de la capacidad para transmitirlos?
Eran unas polillas de mierda revoloteando alrededor de todas las luces de esa calle. Y nos íbamos hacia el coche, había que huir de allí, o para acabar el momento o para escapar de ellas. Alguien más tomó la decisión. Y yo quería mostrar las de esa pared, en el comercio de al lado, a los demás. La señalaba, pero todos señalaban otras paredes, con otras polillas. Y las miré a todas pero no tenían “eso” que hacía a esta especial y me siento incapaz de describir. Entonces pensé que ellos podrían estar experimentando algo similar, cada uno con su pared de polillas. Que mi pared podría ser una simple pared descascarada con algunas polillas ahí para los demás.
Me aterra la idea, sabés. Pero ha cobrado fuerza al punto que mientras escribo esto me pregunto para qué lo hago si aunque te tomaras el tiempo para leer, jamás me entenderías. Igual responderías y yo jamás te entendería. Igual te respondería y nos mantendríamos a salvo de pensar que todo es en vano.
A esta altura ya no me importan las polillas. Pero acá me tenés, imitandonos en nuestros encuentros en aquél café, dialogando sobre la vida y lo que pensábamos de ella, sobre cuánto había llovido, sobre el perro que meó en la alfombra. Creíamos comunicarnos, entendernos. Decime si esta carta que en un rato, cuando termine de escribir esto, meteré en una botella que encontré en esta isla desierta ubicada no sé donde ni me importa, y dejaré flotando a la deriva en el mar, sin remitente, sin destinatario, decime si esta carta enviada en una botella no es igual de efectiva que volver a sentarnos en ese café.